15.6.09

CREPÚSCULO MATEMÁTICO (3)


Capítulo Tercero

La Universidad de Cambridge es la segunda Universidad más antigua de Gran Bretaña y como fue fundada en 1209, este año cumple su octavo centenario.
Aquel año de 1993 la Universidad de Cambridge sólo tenía 784 años de antigüedad. Estaba entrando el verano, y en uno de sus edificios, el Instituto Isaac Newton de Ciencias Matemáticas, se iba acumulando una inusual expectación. En el Salón de Actos del Instituto se iba a celebrar la tercera de una serie de conferencias que pretendían cambiar la historia de las matemáticas. Numerosos matemáticos de todos los lugares del mundo habían acudido hasta la Universidad para asistir a aquel acontecimiento. Medios de comunicación, entre ellos la prestigiosa cadena británica de divulgación matemática Square Root Television (SRTV), habían mandado sus mejores corresponsales para cubrir toda la información. Un batallón de periodistas, con bolígrafos y libretas, micrófonos, cámaras de fotos y televisión, hablando en docenas de idiomas diferentes, se afanaban en conseguir un puesto desde donde seguir el acto. Contemplaban con asombro el río de personas que progresivamente cruzaban los umbrales del Instituto y se adentraban por los pasillos en dirección al Salón de Actos. Entre ellos se encontraban los más geniales matemáticos y matemáticas, que caminaban a solas o en grupos; si a solas, embebidos en un espeso aura de pensamiento abstracto; si en grupo, enzarzados en prolijas discusiones que aunque proferidas en algunos de los más conocidos idiomas mundiales, resultaban absolutamente incomprensibles para aquéllos que no pertenecieran a su círculo científico.
Los periodistas pudieron comprobar que los matemáticos y matemáticas no parecían tener exteriormente un denominador común que los señalara como tales. Sus apariencias eran de lo más variopinto, y a primera vista podrían haberse camuflado entre las multitudes de cualquier ciudad sin ser detectados, pero antes o después un gesto, una mirada, una expresión de pensamiento perdido, un comentario tonto sobre algún detalle en el que nadie se había fijado ni nadie volvería a fijarse, un objeto personal extravagante y fuera de su sitio, un descuido en el aspecto y un inesperado cuidado en otro aspecto de la forma de vestir… Cualquiera de estas cosas podía traicionarlos y delatarlos como estudiosos de las Ciencias Exactas.
A esto había que sumarse la gran cantidad de estudiantes universitarios que también estaban participando en el acto y que procedían de muy diversos países. Por eso no es de extrañar que ciertos individuos, vestidos todos con una sudadera parecida y con la cabeza cubierta con una capucha, de la que sólo asomaban pálidas narices de diversas formas, pasaran inicialmente desapercibidos, mezclados entre el gentío, como si fueran lo más normal del mundo, aunque también podemos preguntarnos ¿qué es normal en el mundo de hoy día?
Entre los estudiantes que tenían la suerte de participar había dos jóvenes americanos, James T. y Jessi U., él un moreno trekkie de ojos claros, ella una fanática del jogging, de pelo largo y rubio, que de la forma más natural del mundo caminaron entre los periodistas mientras charlaban entre ellos.
-Entonces, ¿se supone que hoy será el día en el que el profesor Wiles presentará por fin su demostración del Teorema de Fermat? –preguntó James T., medio despistado, en un inglés americano con acento de Indiana.
-¡Pues claro!, ¿en qué mundo vives? ¿No estás viendo el despliegue de periodistas y las unidades móviles de televisión? –le contestó Jessi U. en un inglés americano con acento de Boston.
-¿Y quiénes son esos tipos? –dijo James T. señalando a los una pareja de Encapuchados que se habían parado en una esquina y parecían mirar desde sus embozos a la gente que pasaba.
-No sé, han llegado hace un rato y se han quedado a la puerta. Luego han entrado, pero parecen que están esperando a alguien. No los he visto antes por aquí. Entremos, porque ya va a empezar la conferencia.
Entre apretujones y algún que otro discreto codazo, los dos jóvenes pudieron entrar en el Salón de Actos y sorprendentemente lograron encontrar un par de asientos libres en medio de las filas de butacas. Tuvieron que apartar a una señora que discutía acaloradamente con otra sobre números primos en medio del pasillo entre los asientos, se hicieron hueco a través de un grupo de estadísticos arremolinados junto a otro que garrapateaba gráficas interminablemente. Al meterse entre las butacas pisaron a un profesor enfrascado en la resolución de un extraño crucigrama, y el profesor no se inmutó ni ante los pisotones ni ante las posteriores disculpas. Llegaron por fin a sus asientos y pudieron acomodarse en ellos.
El ambiente ya empezaba a estar cargado, y la temperatura parecía aumentar por momentos.
-¿Y sabes algo sobre la demostración del teorema? –preguntó James T. de la forma más ingenua imaginable.
-No, pero se rumorea que ocupa más de cien páginas. Si Wiles se pone a explicarla entera hoy, vamos aviados –contestó Jessie U.
-Será interesante ver el aspecto que trae el profesor Wiles. No se le ha visto el pelo durante los últimos meses, y en las primeras dos conferencias parecía distante y presentaba una apariencia excéntrica –comentó James T. despreocupadamente.
-Sí, dicen que ha estado dedicado completamente al teorema de Fermat, pero las malas lenguas afirman que se le ha visto en Marbella, en compañía de una desconocida –afirmó Jessie U., y sonrió de forma traviesa al decirlo.
-¿Marbella? –preguntó James T. con la ignorancia retratada en su rostro.
-Un lugar de vacaciones en España –respondió Jessie U. con sencillez.
-¿España? –volvió a preguntar James T. con ansia de saber.
-Un país de Sudamérica –contestó Jessie U.-. Pero calla, que ya empieza la conferencia.
En efecto, en el estrado del Salón de Actos se notó movimiento. Dos personas se acercaron desde una puerta lateral a comprobar el micrófono y la pizarra, y otra llevaba unos papeles en la mano. Una cuarta persona le salió al encuentro, habló con la de los papeles en voz baja y ambos volvieron sobre sus pasos y dejaron el Salón por la puerta lateral. Mientras tanto, la multitud que abarrotaba el Salón apenas parecía darse cuenta de esto y continuaba charlando, la mayoría de pie, sin ubicarse aún en sus asientos. Por la puerta lateral cercana al estrado entraron en ese momento dos de los personajes encapuchados, y tras ellos un individuo bajito y regordete, calvo, de nariz ganchuda y grandes ojeras, vestido como de frac y luciendo unas pequeñas gafas de sol, que con paso lento se dirigió hasta el atril donde estaban los micrófonos, subió al estrado y se puso frente a la audiencia.
Fue en ese instante cuando los asistentes se empezaron a dar cuenta de la presencia del recién llegado y se extendió el silencio entre ellos. El calvo individuo vestido de frac esperó pacientemente a que todos se sentaran, con una expresión astuta y pérfida en su rostro, y después de dar unos toques a los micrófonos para comprobar que funcionaban, se aclaró la garganta y empezó a hablar.
-Distinguida audiencia, importantes matemáticos y matemáticas, amables periodistas y público en general: estoy aquí como portavoz del insigne profesor Andrew Wiles para comunicarles su imposibilidad de asistir a esta conferencia –aquí se escucharon murmullos de decepción-. Me temo que al profesor Wiles le ha surgido de forma imprevista un compromiso que le mantendrá alejado de Cambridge una temporada.
El extraño personaje mantuvo silencio unos segundos y dio la sensación de que no pensaba seguir hablando. Por eso una persona de las primeras filas de butacas se levantó y preguntó:
-¿Y qué nos puede decir de la demostración del teorema de Fermat?
El individuo pareció molesto durante un brevísimo instante.
-A pesar de las expectativas levantadas, el señor Wiles me manda decirles que desgraciadamente no ha sido capaz de concluir su demostración…
Entonces esbozó una sonrisa abierta y a los que estaban en las filas de butacas más cercanas les pareció ver que entre sus labios asomaban unos colmillos especialmente largos.
- … y piensa que nadie será capaz de hacerlo. Nunca.
Riéndose bajito, el individuo bajó del estrado, y antes de que nadie pudiera reaccionar, él y los dos Encapuchados habían desaparecido por la puerta lateral y ya después no se los volvió a ver.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Paulino, soy José Rafael uno de los que participaron en el proyecto del comic y quiero darte la enhorabuena por la continuación de esta divertida hist